Upgrade

Por Pablo Juan Canino Salgado
“A mí lo que me gusta de esta computadora amada es que la conozco como mis manos”
Mi Negrita sentencia con voz de tenaza inclemente que a la computadora de nuestro amor hay que hacerle urgentemente un upgrade, que no se puede navegar libremente por Internet con tanto tropiezo viejo en la programación, que necesitamos renovarla, abrir nuevas ventanas, hacerla más user friendly. A mí lo que me gusta de esta computadora amada es que la conozco como mis manos. Me muevo en ella como pez en el agua y siempre encuentro lo que deseo. Guardo allí, en mis archivos, los documentos de nuestra historia, la de ella y la mía, por lo que se me hace muy difícil hacerle un upgrade y perder de golpe y porrazo, como quien dice, el conocimiento que me hace sentir seguro al moverme con precisión matemática por toda la programación de mi computadora afectiva. Y es que mi Negrita no piensa que con los upgrades, uno se ve en la obligación de vivir entre el update que resuelve el defecto que el programa trae de fábrica, y el upgrade que se asemeja a la misma esperanza revolucionaria, pues siempre se cree que al instalarlo, todo funcionará mágicamente. Por más que insisto que no se puede vivir de update en update y que la computadora de nuestro amor no se ha convertido en una anciana minusválida, ella no me cree y hasta amenaza con no hacerle más back-ups, para provocarle un crash down a todo su sistema. Me aferro a ella por un sentimiento viejo como el afecto, ya tiene tanto tiempo con uno que le perdono sus exabruptos y su lentitud; inclusive, puedo vaticinar con certeza cuándo tiene el disco duro fragmentado y sé cómo corregirle satisfactoriamente algunas fallas que, como es natural, toda computadora amorosa evidencia con los años.
No obstante, mi Negrita insiste con un tono implacable que debemos transformarla de adentro hacia afuera, que los nuevos sistemas operativos son más justos y permiten que muchos usuarios compartan la misma información (que viene a ser el signo de estos tiempos); que, además, los upgrades actuales poseen un formato más flexible con ambientes híbridos y una programación diversa; enfática añade que el dinosaurio de nuestras vidas no tiene aceleración y rapidez, amén de que su procesador se cansa imperdonablemente cuando ella quiere hacer un downloading de varios gigabytes; que nosotros estamos atrás, como los huevos del perro, todavía usando floppies, cuando la humanidad entera maneja con soltura la nanotecnología y, subraya finalmente, que nada tiene de malo vivir a la altura de lo que nos dicten allá afuera, en el ancho mundo de las avenidas de la modernísima Internet. Ya que mi Negrita es una mujer muy decidida y persistente, como las de los tiempos presentes, considero echarle un vistazo no a un nuevo sistema operativo que sea más flexible, ni a un moderno procesador más acelerado que el anterior, para sorprenderla me antojo de una nueva máquina, dinámica, manejable, de formas insuperables, y, claro está, con un inmenso disco duro, pues una computadora amorosa no funciona bien si no posee el espacio necesario para almacenar tanta información. Se suman a estos atributos, varios y diversos puertos que facilitan una conexión efectiva, poco convencional y totalmente confiable, de manera que no existe la posibilidad de que la computadora se congele si uno accede a ella por donde se imprime, mientras al mismo tiempo se reproduce con alta fidelidad los sonidos elocuentes y la imagen viva del más reciente DVD de ¿Fiel a la Vega?
A mi Negrita no le gustó la sorpresa, le dio tanto coraje que antes de irse como fugaz emilio en automático DSL, prendió la computadora de nuestro amor y le echó un vaso de agua en su interior para ver cómo se encendía con todos los archivos de nuestra historia, la de ella y la mía, mientras la amorosa hacía luminosos fuegos artificiales. A continuación expresó con una furia incontenible que se iría a navegar libremente y sin ningún antivirus que la protegiera por todos los puertos de Internet. Sentenció finalmente, con oscura y amarga sabiduría que se iba definitivamente, aunque no era cuestión de flecha, Toro querido, así me dijo, sino de indio. Y al tirar la puerta, hizo shutdown para siempre.
Pablo Juan Canino Salgado es profesor de la UPR.

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